jueves, 6 de septiembre de 2012

de la perversidad...


¿Qué deberíamos entender por mente perversa?... ¿Acaso la mente perversa que goza por actuar cruelmente? ¿O la propia mente que pervierte su esencia? ¿Realmente la mente humana tiene esencia? Si nos fuera dada una esencia de la mente perversa, ¿Quién sería el que legitimaría con validez universal dicha esencia si la conclusión que propone viene de su irremediable subjetividad?

Podríamos abogar por un consenso, un convencionalismo. Si ese consenso proviniera de aquellos que se desgarraran la envestidura del ego y la corteza de su propia mente para convenir en algo, que pasaría con los que no lo hacen así, seguramente serían los más. ¿No acaso la conclusión sólo provendría de los menos, los que se cuestionan? ¿De los más perversos o de los menos? ¿Quién mejor que el perverso para hablar de la perversidad? ¿Sería válido permitir siquiera dos palabras acerca de la perversidad a aquel que la desconoce, que no la ha vivido en primera persona en sentido activo?

Y con relación a los que la padecen: ¿Cómo hablar de algo que se carece? ¿Cómo hablar de la experimentación, sólo en la medida de que un tercero se las aplique? Si no depende de ellos en primera instancia la experiencia de la perversidad: ¿Con que autoridad cognitiva podrían hablar aquellos que sufridos y acongojados por su ineptitud mental «sufren» la perversidad? ¿No acaso es más legítimo que la enuncien, sólo aquellos para quien la perversidad es su modo de vida por conocerla de fondo? Si debe provenir de los mejor dotados para una introspección, qué sucede con «los otros» ¿Vale la pena considerarlos?... nunca le he preguntado a un niño pequeño si esta de acuerdo con lo que le doy de comer, él por su gregarismo acomodaticio, acepta lo que le brindo, y cuando no quiere aceptar de buen modo, solo basta el poder para que se ajuste a los cánones del más fuerte.

¿Estoy eliminando su libertad? no acaso él mismo se autodestruiría si le dejo comer puros dulces, si le dejo entregarse a los placeres que él, en su inocencia, inconciencia e ignorancia, consideraría ser lo mejor para sí. El mismo caso para la mente perversa. Para qué considerar a todo aquel que es feliz en su inocencia e inconciencia, en su ignorancia de la perversidad. ¿No el simple hecho de haberlos llamado «los otros» ya los relega a la periferia discursiva? El denominarlos «los otros» ¿No da la sensación de eliminarlos del centro de la discusión como simples espectadores?....

Si acaso al leer en este texto «los otros» no hubo algo que en su mente les haya hecho creer que había un error de sintaxis, es decir, si cuando enuncié «los otros», pudieron seguir leyendo comprendiendo «por de faul» lo que intentaba significaba con «los otros» sin sentir una «añoranza democrática» por «la ofensa» de haberlos conceptualizado como «los otros». ¿No significa acaso, que en realidad llevan ese «los otros» grabado en la parte más profunda de su perverso elitismo? Para qué considerar a esos otros cuando de concretar un concepto altivo se trata si aquel otro vive en la alienación de su propia racionalidad. Si confunde medios con fines por su miopía racional, ¿Entonces porqué considerarlos? ¡Son ellos los que han renegado de su propia capacidad racional! El simple hecho de haber llamado «otros» a los «otros» nos deja ver que, «nosotros» nunca seremos de los «otros», para los «otros» nosotros somos «esos», «ellos»; somos señalados en sentido particular por la pequeñez del grupo.

¿Realmente tiene la mente humana una esencia que pueda pervertir? Sólo una mente que se atreviera a adentrarse en sí misma en busca de esa supuesta esencia podría pervertirla con la forma de una escisión. Pero una mente abortada antes de su maduración, difícilmente se pervertirá dado que no se acerca por temor a esa «esencia» propia. Una mente temerosa, tiene pavor de adentrarse en su propio ser, juega a pervertir su periferia, juega a cambiar su parte externa, su apariencia, su ego, nunca el interior de sí misma, carece del valor de aceptar lo que lleva dentro, muere de miedo por ver de frente la vacuidad que lleva en su interior; no se pervierte lo que se desconoce, sólo lo que se tiene enfrente, sólo lo que se posee es sujeto de cambio.

Sólo una mente llamada perversa, sólo una mente superior podría pervertir la mente. Pero esto es un absurdo, si la mente perversa es la única que tiene la posibilidad de pervertirse así misma, lo lograría no porque sea perversa, sino sólo en la medida que se aleje de su perversidad; su única posible perversión sería dejar de ser lo que le es propio, que es ser perversa.

Queda por hablar de la perversión como crueldad, como goce de una actuación cruel. Habría que definir que es gozar y que es crueldad, generalmente se ha entendido la crueldad como algo feroz, insensible, tiránico, desigual, pero ¿Es bueno ser siempre sensible ante todo acto? ¿Conviene acaso la insensibilidad? Si vemos que alguna persona mayor golpea ferozmente a un niño, decimos que es cruel, pero si vemos que un tigre ataca a un venado y lo desgarra con sus dientes y garras mientras sigue vivo, no nos atreveríamos a llamar a este acto «cruel», ¿cuál es la diferencia entre estos dos actos?

 Sólo la posibilidad y la necesidad. La inevitabilidad para que el mundo continúe naturalmente. Es así la crueldad ¿Buena y mala al mismo tiempo? No, sólo depende de la información que poseamos en el momento del acto para juzgarlo, cuando se es débil intelectualmente, fácilmente vemos todo con el tinte de la costumbre, estamos acostumbrados a señalar, juzgar, levantar sentencias sobre lo que «nos han dicho» que es lo correcto.

Teniendo una mente llena de introyecciones morales, deberíamos primero romper esa cadena racional antes de, siquiera permitirnos enunciar palabra alguna. La crueldad entendida en su sentido natural no es el abuso del poder, no es el abuso de las garras y los colmillos del tigre sobre el venado, es la inevitabilidad de que suceda lo que tiene que suceder, ir en contra de esto, es ir contranatura.

Así, el acto que sea necesario para la conservación del mundo, como lo es el uso de las capacidades rapaces con que algunos seres vivos nacieron y/o desarrollaron en este mundo, no es un acto de crueldad. Si acaso la depravación, sería ir en contra de la propia naturaleza, el ser que posee ciertas capacidades que ocupa para existir en el mundo procurándose placer —como lo es para el tigre comer venado— sólo puede ser calificado de crueldad ignorando el sentido de inevitavilidad, de necesidad.

Si el término «cruel» se ha tornado en su acepción más común y corriente como algo indeseable para la sociedad, sólo es en menoscabo de su propia esencia natural. Son aquellos que pregonan una igualdad absoluta sin considerar el trabajo personal del individuo los que le han preconizado como mala a la crueldad, es sólo el vulgo, débil y menoscabado en su racionalidad el que sentencia la crueldad como dañina, es su propio desconocimiento del mundo en que se encuentra, lo que lo lleva a prorrumpir en contra de la crueldad, no así aquel que entiende poco más que «el otro».

El aceptar la naturaleza —humana en nuestro caso— nos conlleva un estado de conciencia donde se tiene sujeto el sustrato más profundo. No podría haber perversión en autodeterminarse por conciencia, sería una aceptación de la verdadera naturaleza humana, perversa o no, sería la auténtica, es sólo cuestión de aceptación. Entonces me vuelvo a preguntar: ¿Dónde queda la mente perversa? Decía un griego muy conocido que la mayor injusticia, era hacer pasar por una justicia, la injusticia.

La mente perversa sólo tiene cabida en la ironía, en ese momento estético intelectual donde se puede jugar con los núcleos mientras «el otro» se entre-tiene con la periferia, es la ironía el juego más elitista y placentero que pueda jugar una mente profunda, una mente perversa; es jugar a Dios con los dados; una mente perversa es una ironía en sí misma, un juego irónico es el núcleo supremo de las mentes perversas.

Podría entenderse que la ironía es perversa, sin embargo, no lo es así. Es perversa en la medida de la valoración del mundo desde cierta perspectiva, es la etiqueta que le han dado los débiles mentales a una mente superior por envidia, es la ausencia de poseerla la que le denigra a los ojos de «los otros». La propia imposibilidad intelectual de «los otros», su propia incapacidad racional es la que les hace juntar sus lindas vocecitas rosas y alzar la voz pregonando: «el poder es malo, la ironía es mala» habría que preguntarles si es mala per se, o sólo porque ellos no la poseen y la padecen de quien si la posee.




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