jueves, 16 de agosto de 2012

cambiar el azul

Hay días en que el color del cielo es distinto a su sonrisa, en que sólo tiene de compañía un silencio y el eterno sepia que intenta acallarlo con canciones que hablen del mismo. Días en que le piensan felizmente sonriendo, escuchando música, o con visita disfrutando su sexualidad. A veces hay una estática que congela el alma, en que sólo desea sentarse entre el limbo de la razón y el sentimiento, sin escuchar, ahí congelarse. En esos días, basta un poco de café o cigarros, pero no siempre. Tomando todo el día café, una cerveza, cuatro cigarros y doce pesos en el cajón, no hay muchas posibilidades de distraerse, la conciencia sobre su espalda, envolviéndole como el inerte frío polar. Es temprano, no han dado las doce, ya leyó libro y medio, salió a comprar un poco de comida, no tiene películas que no haya visto, no tiene forma de comunicarse con nadie, y realmente, ¿para qué lo haría? Para contarle que no tiene ganas de estar solo en este momento, ¿qué le podrían contestar? Lo siento pero no puedo ir, mañana me doy una vuelta. ¿Para qué le sirve que vayan otro día? Y les escucha con sus problemas y sus dudas, sus cuestiones, sus nuevas ideas, sus nuevas conquistas de un pedazo más de mundo, y de nada le sirve que sean dueños de otra porción de tierra en ese mundo. Mañana le hablarán y le contarán que han estado haciendo muchas cosas y que sienten que su vida va mejorando, ¿hacia donde? Nadie lo sabe, y la verdad es que tampoco le importa. Un día más y escuchará la nueva narración de que han cumplido sus novísimos proyectos. Otro día más y volverá a despertar tranquilamente, recibirá llamadas o visitas y será para escuchar el consabido sonsonete «me ha pasado esto, recuerdas que te dije de esto otro», risas, bromas y el día terminará con lo mismo de siempre, de noche, acompañado, tal vez con gran cantidad de alcohol, alguna linda amiga, parecerá una vida normal. Parece ser lo que se espera de una persona. 


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