Del segundo disco de Semisonic, intitulado Feeling Strangely
Fine, sale esta canción por 1997 que lleva en su propia historia la paradoja
del mismo grupo:
Hay cosas -y personas- que sólo sirven para brillar una vez.
Cuando por alguna razón extraña -a veces obvia- se oscurecen, por más que se les intente pulir, quedarán opacos, ennegrecidos y sin vida ni sonrisa propia.
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